La gran pantalla del centro de control mostraba varias fotografías del último lugar de los hechos. Todos los monitores secundarios detallaban diferentes partes que Roberto había considerado de importancia para sus explicaciones, y las veinte sillas de la sala estaban ocupadas. Llevaba casi tres horas intentado argumentar que aquello no parecía tener ningún sentido aparente, al igual que en los anteriores doce casos. Cuando se giró para comenzar a exponer su peculiar teoría al respecto, los rostros de incredulidad y desaprobación eran generales. Se quedó bloqueado durante un momento. No era que los presentes estuviesen aburridos o poco interesados en la situación, sino que no comprendían cuál era el maldito problema. Desde el fondo de la sala, su trajeado jefe le hizo una señal con las manos, simulando unas tijeras para que cortase ya.
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