La luz de la vela se extinguió, dejando paso a las sombras que se alargaban desde el hueco de la ventana. El aire entraba húmedo y frío, tanto como solo es posible en diciembre. La farola titilaba, haciendo que la iluminación produjese una intermitencia poco habitual en una bombilla led. Sin embargo, él apenas prestaba atención a todo eso.
Los golpes en la entrada comenzaban a ser demasiado intensos como para seguir ignorándolos. Debía descender si no quería que la tirasen abajo antes de que alcanzase su objetivo.
Apagó el cigarrillo con cierto temblor en la mano, miró un momento al techo y cogió el oxidado cuchillo de cocina que descansaba encima de la sucia mesa. En el mismo instante en que lo levantó, empezaron los susurros de nuevo. No le molestaban ya. De hecho, casi le tranquilizaba oírlos. Para él eran una constante indicadora de que todo iba como debía.
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