Tenía una absoluta sensación de libertad. Aunque no creo que fuese a más de cuarenta kilómetros por hora, el aire movía mi vestido con suficiente fuerza como para que notase la aceleración. Llevaba el visor del casco levantado y, con toda seguridad, una gran sonrisa en el rostro. Por algún motivo desconocido, la scooter de mi hermana mayor se encontraba allí en lugar de en nuestra ciudad, y localizar las llaves en el chalé fue sencillo. Sabía que ella no iba a aparecer en todo el verano, porque se había marchado a la costa francesa con su queridísimo novio. El chaval me caía fatal, y no veía ningún futuro a la relación, pero ¿quién era yo para opinar algo al respecto? Además, si eso facilitaba que pudiese disfrutar de su moto sin que nadie me dijese nada, tenían mi bendición asegurada. El hecho de que acabase de pasar el examen de conducir, y le fuesen a comprar un coche, me hizo pensar que aquella belleza de dos ruedas terminaría siendo mía con enorme facilidad. Supongo que, si hubiese preguntado, me habrían dicho que necesitaba un carné apropiado, y yo sabía que mi hermana tenía una licencia de algún tipo antes de la más reciente, así que no lo hice. Preferí creer que no iban a pedirme los papeles dentro de la zona urbana. No negaré que se la había cogido antes en unas cuantas ocasiones, pero disponer de ella sin tener que dar explicaciones era algo distinto.
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