Por lo visto, es un requisito muy común entre muchos de los que frecuentan la ficción sentirse identificados con alguno de los personajes más importantes de una historia; quizá no obligatoriamente con el protagonista, puede valer alguno de sus acompañantes, pero si con al menos uno.
Esto me sigue desconcertando bastante, aunque me tope con ello a menudo. En mi opinión, un relato puede ser más enriquecedor y nos ofrece mayor descubrimiento si no es así. Soy consciente de la facilidad de acceso que supone la conexión directa con alguien dentro de la narración, incluso me llega a gustar, pero eso limita mucho las posibilidades y fomenta la proliferación de determinado tipo de personalidades y actitudes en épocas y entornos que no siempre resultan concordantes. De hecho, no es complicado establecer un cierto número de clichés y personajes estereotipados que se sabe funcionarán con gran probabilidad.
Soy de esos individuos raros que piensan que es muy positivo conocer otro tipo de formas de pensar, sentirse y actuar. Es más, me resultaría preocupante si pudiera verme representado fielmente en alguien que en teoría debería ser muy ajeno a mí. Lo que nos rodea influye en nosotros, así que si conecto a la perfección con un sujeto de otro tiempo, sociedad o planeta, quiere indicar que hay un truco detrás.
Este hecho resulta un tanto limitador en muchos sentidos, pero... más allá, es indicativo de un montón de cosas. ¿Alguien comprende y da credibilidad a que un lagarto de quinientos metros de altura arrase Tokio, un marshmallow antropomorfo gigante pasee por una ciudad americana, un estado distópico mande jóvenes a la muerte por un concurso o un inmortal engendro de las profundidades resurja del océano, pero no asimila que otro ser semejante actúe de un modo distinto a como lo haría él? Mmm... no sé...
¿De verdad puede comportarse de forma afín a mí un gánster de los años veinte, un alienígena de otro sistema solar o un elfo de un mundo fantástico? Ese tipo de rasgos compartidos pueden ser como cuando suenan los láseres en el espacio, diferentes civilizaciones hablan el mismo idioma o un hada del bosque tiene actitud de niña contemporánea de cinco años. En parte están justificados, no hay ningún problema y se disfrutan bastante; pero suenan a artificios. También es refrescante ver que hay otras realidades individuales, sin que sea obligatorio insertarlas en los personajes malvados.
Si ponemos un telediario, por ejemplo, nos daremos cuenta de que hay un gran número de sucesos en los que difícilmente podemos hallar un reflejo de nosotros mismos, y sin embargo ahí están. Es muy curioso cuando alguien lee o visualiza ficción y expresa: "Yo no haría eso". Bueno..., resulta tranquilizador y no veo impedimento. Si todos actuásemos igual sería aburrido, peligroso y forzado. Aunque la mayoría de los receptores lo aceptan cuando se trata de un asesino, violador, secuestrador, nazi, terrorista, etc., les cuesta bastante más si es alguien dentro de un papel que les resulta algo más cercano. ¿No puede haber dos panaderos o contables muy distintos entre sí? Que no actúe como lo haría el ciudadano medio no es un fallo, sino algo que aporta mayor número de elementos diferenciadores. Si siempre se utilizan las personalidades estándar aceptadas, con los comportamientos cercanos a la mayoría de la población actual, dentro de las estructuras narrativas más habituales y los géneros principalmente valorados, todo bien encuadrado dentro de lo previsible en cada concepto, sí, nos sentimos mucho más listos y cómodos; pero salir de nuestra zona de confort e intentar meterse en la piel de otros también tiene alicientes, aunque pueda requerir mayor esfuerzo. Las historias se enriquecen cuando no se ciñen a esos cinturones de seguridad y se saltan las barreras, al mezclar géneros, cada vez que muestran a individuos que no tienen que justificar sus actos ante nuestro esquema de valores.
Así pues, aun gustándome también hallar a menudo a ese tipo de personajes que me agradan, hermanados de algún modo conmigo, no los echo de menos si no figuran en la historia, y en muchas ocasiones resulta que su ausencia favorece que el cauce de la narración recorra terrenos inexplorados para mí, alejándome de lo previsible, mediocre y repetitivo. Llega un momento en que uno se cansa de que le ofrezcan tantísimos estímulos similares de fácil proceso mental.
En serio, cuando escucho lo de "¡¿cómo puede hacer eso?!" en forma de crítica, con un sentido de error por parte del creador, siempre me parece que el problema no está en la historia, sino en el que esperaba hallarse a sí mismo dentro de ella. ¿Para qué necesita alguien ver que los protagonistas, o secundarios, hacen exactamente lo esperado, condicionado por todas las ficciones experimentadas antes y los criterios sociales de nuestras vivencias particulares, seguramente muy alejadas de las que hayan podido tener dichos sujetos?
Si somos capaces de imaginar dragones, tampoco debería ser complicado asimilar humanoides ajenos a nuestra forma de ser e interesarnos por ellos.
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